lunes, 14 de enero de 2013

martes, 19 de junio de 2012

Crueldad

Matar a un niño
Stig Dagerman
(Tomado de Ciudad Seva)

Es un día suave y el sol está oblicuo sobre la llanura. Pronto sonarán las campanas, porque es domingo. Entre dos campos de centeno, dos jóvenes han hallado una senda por la que nunca fueron antes, y en los tres pueblos de la planicie resplandecen los vidrios de las ventanas. Algunos hombres se afeitan frente a los espejos en las mesas de las cocinas, las mujeres cortan pan para el café, canturreando, y los niños están sentados en el suelo y abrochan sus blusas. Es la mañana feliz de un día desgraciado, porque este día un niño será muerto, en el tercer pueblo, por un hombre feliz. Todavía el niño está sentado en el suelo y abrocha su camisa, y el hombre que se afeita dice que hoy harán un paseo en bote por el riachuelo, y la mujer canturrea y coloca el pan, recién cortado, en un plato azul. Ninguna sombra atraviesa la cocina, y, sin embargo, el hombre que matará al niño está al lado de la bomba de bencina roja, en el primer pueblo. Es un hombre feliz que mira en una cámara, y en el cristal ve un pequeño carro azul, y a su lado a una muchacha que ríe. Mientras la muchacha ríe y el hombre toma la hermosa fotografía, el vendedor de bencina ajusta la tapa del tanque y asegura que tendrán un bonito día. La muchacha se sienta en el carro, y el hombre que matará al niño saca su billetera del bolsillo y comenta que viajarán hasta el mar, y en el mar pedirán prestado un bote y remarán lejos, muy lejos. A través de los vidrios bajados, oye la muchacha, en el asiento delantero, lo que él habla; ella cierra los ojos, ve el mar y al hombre junto a sí en el bote. No es ningún hombre malo, es alegre y feliz, y antes de entrar en el carro se detiene un instante frente al radiador que centellea al sol, y se goza del brillo y del olor de bencina y de ciruelo silvestre. No cae ninguna sombra sobre el carro, y el refulgente parachoques no tiene ninguna abolladura y no está rojo de sangre.
Pero, al mismo tiempo que, en el primer pueblo, el hombre cierra la puerta izquierda del carro y tira el botón de arranque, en el tercer pueblo, la mujer abre su alacena, en la cocina, y no encuentra el azúcar. El niño, que ha abrochado su camisa y que ha amarrado los cordones de sus zapatos, está de rodillas en el sofá y contempla el riachuelo que serpentea entre los alisos y el negro bote que está medio varado sobre el pasto. El hombre que perderá a su hijo está recién afeitado y, en ese momento, pliega el soporte del espejo. En la mesa, las tazas de café, el pan, la crema y las moscas. Sólo el azúcar falta, y la madre ordena a su hijo que corra donde los Larsson y pida prestados algunos terrones. Y mientras el niño abre la puerta, le grita el padre que se dé prisa, porque el bote espera en la ribera. Remarán tan lejos como nunca antes remaron. Cuando el niño corre a través del jardín, en todo momento piensa en el riachuelo y en los peces que saltan, y nadie le susurra que sólo le quedan 8 minutos para vivir y que el bote permanecerá allí donde está todo el día y muchos otros días. No es lejos lo de los Larsson: únicamente cruzar el camino, y mientras el niño corre atravesándolo, el pequeño carro azul entra en el otro pueblo. Es un pueblo pequeño con pequeñas casas rojas, con gente que acaba de despertar, que está en su cocina con las tazas de café levantadas y observan al carro venir por el otro lado del seto con grandes nubes de polvo detrás de sí. Va muy rápido, y el hombre en el carro ve cómo los álamos y los postes de telégrafo, recién alquitranados, pasan como sombras grises. Sopla verano por la ventanilla. Salen velozmente del pueblo. El carro se mantiene seguro en medio del camino. Están solos todavía. Es placentero viajar completamente solos por un liso y ancho camino, y a campo abierto es mucho mejor aún. El hombre es feliz y fuerte, y en el codo derecho siente el cuerpo de su futura mujer. No es ningún hombre malo. Tiene prisa por alcanzar el mar. No sería capaz de matar a una mosca, sin embargo, pronto matará a un niño. Mientras avanzan hacía el tercer pueblo, cierra la muchacha otra vez los ojos y juega que no los abrirá hasta que puedan ver el mar, y al compás de los muelles tumbos del carro, sueña en lo terso que estará.
¿Por qué la vida está construida con tanta crueldad, que un minuto antes de que un hombre feliz mate a un niño, todavía es feliz y un minuto antes de que una mujer grite de horror, puede cerrar los ojos y soñar en el ancho mar, y durante el último minuto de la vida de un niño pueden sus padres estar sentados en una cocina y esperar el azúcar y hablar sobre los dientes blancos de su hijo y sobre un paseo en bote, y el niño mismo puede cerrar una verja y empezar a atravesar un camino con algunos terrones en la mano derecha envueltos en papel blanco; y durante este último minuto no ver otra cosa que un largo y brillante riachuelo con grandes peces y un ancho bote con callados remos?
Después, todo es demasiado tarde. Después, está un carro azul al sesgo en el camino, y una mujer que grita retira la mano de la boca, y la mano sangra. Después, un hombre abre la puerta de un coche y trata de mantenerse en pie, aunque tiene un abismo de terror dentro de sí. Después hay algunos terrones de azúcar blanca desparramados absurdamente entre la sangre y la arenilla, y un niño yace inmóvil boca abajo, con la cara duramente apretada contra el camino. Después, llegan dos lívidas personas que todavía no han podido beber su café, que salen corriendo desde la verja y ven en el camino un espectáculo que jamás olvidarán. Porque no es verdad que el tiempo cure todas las heridas. El tiempo no cura la herida de un niño muerto y cura muy mal el dolor de una madre que olvidó comprar azúcar y mandó a su hijo a través del camino para pedirla prestada; e igualmente, mal cura la congoja del hombre feliz, que lo mató… Porque el que ha matado a un niño, no va al mar. El que ha matado a un niño vuelve lentamente a casa en medio del silencio, y junto a sí lleva una mujer muda con la mano vendada; y en todos los pueblos por los que pasan ven que no hay ni una sola persona alegre. Todas las sombras son más oscuras, y cuando se separan todavía es en silencio; y el hombre que ha matado a un niño sabe que este silencio es su enemigo, y que va a tener que necesitar años de su vida para vencerlo, gritando que no fue su culpa. Pero sabe que esto es mentira, y en sus sueños de las noches deseará en cambio tener un solo minuto de su vida pasada para "hacer este solo minuto diferente".
Pero tan cruel es la vida para el que ha matado a un niño, que después todo es demasiado tarde.

martes, 6 de diciembre de 2011

Frigidez

John Gardner en "Art of fiction":

"En sentido estricto, la frigidez caracteriza al escritor que presenta material serio pero no lo lleva a buen término, al que falla en tratarlo con la atención y seriedad que merece. Yo extendería el término para incluir insensibilidad, la inhabilidad del escritor para reconocer la seriedad de las cosas en primer lugar; al escritor que se aleja de verdaderos sentimientos o que sólo ve lo superficial en un conflicto de voluntades o que sobre amor, belleza o dolor no sabe algo más que lo que se lee en una tarjeta de felicitación. Con el término así extendido, la frigidez es una de las fallas más visibles en el arte y literatura contemporáneos. Es la frigidez lo que lleva a los escritores a juguetear, cada vez más obsesivamente, con la forma; es la frigidez lo que lleva a los críticos a corrientes de crítica que toman cada vez menos interés en el personaje, la acción y las ideas explícidas de lo narrado. Incluso es posible que sea la frigidez lo que lleva al escritor al sentimentalismo, a fingir emociones que no siente honestamente. La frigidez, en resumen, es una de las peores fallas en literatura y, con frecuencia, también la base de otras más. Cuando un escritor amateur deja a sabiendas una mala oración en la versión final de su texto, el pecado cometido es frigidez: él aún no ha aprendido la importancia de su arte, el único arte o ciencia que se enfrenta con preciso detalle a las causas, la naturaleza y los efectos de los sentimientos ordinarios o extraordinarios del ser humano. Cuando un escritor hábil escribe un libro superficial, cínico o meramente entretenido sobre aventuras extramaritales, se ha perdido -con consecuencias aun más dañinas- en el mismo pantano desagradable."

lunes, 28 de noviembre de 2011

Ejercicio 03: Juguemos a hacer varios finales.

Hace unos días puse este microrelato en una página de facebook.


Los fines de semana, a mi hijo le gustaba despertarme con una almohadazo para luego me llevarme a rastras a la cocina a que le prepare el desayuno. Los años han pasado, ya puede atenderse él solo, pero la costumbre de acecharme por las mañanas continua; ya no con una almohada sino con, por ejemplo, un atomizador de agua, un plumero, una pelota de fútbol, un megáfono. Hace un instante lo he sorprendido sosteniendo una estaca sobre mi pecho. "Esto no es real", ha dicho, "vuelve a dormir".


En "No falle en el último momento", (está en "Técnicas de cuento", volumen 1, recopilado por Willard Diaz) F.A. Rockwell da una relación de tipos de finales.

FINAL RESUMEN: "... el protagonista resuelve el problema en un párrafo claro y preciso, plano -como en la mayorìa de los cuentos clásicos."


Los fines de semana, a mi hijo le gustaba despertarme con una almohadazo para luego me llevarme a rastras a la cocina a que le prepare el desayuno. Los años pasaron, ya podía atenderse él solo, pero la costumbre de acecharme por las mañanas continuó; ya no con una almohada sino con, por ejemplo, un atomizador de agua, un plumero, una pelota de fútbol, un megáfono, una estaca de madera temblando sobre mi pecho. Aunque él ya nunca más ha hecho esa gracia, yo aún no he conseguido dejar de titubear cuando lo llamo "hijo".


FINAL IDEOLÓGICO: "...el autor plantea un problema, lo desarrolla dramáticamente, pero deja la solución al lector." "Uno puede ser astuto, truquero o mistificador inteligente, o puede darle al lector la oportunidad de escoger entre hechos y fantasía..."


Los fines de semana, a mi hijo le gustaba despertarme con una almohadazo para luego me llevarme a rastras a la cocina a que le prepare el desayuno. Los años pasaron, ya podía atenderse él solo, pero la costumbre de acecharme por las mañanas continuó; ya no con una almohada sino con, por ejemplo, un atomizador de agua, un plumero, una pelota de fútbol, un megáfono. Hace un momento lo sorprendí sosteniendo una estaca sobre mi pecho. "Esto es un sueño", dijo, "cierra los ojos". He obedecido. Si hubiera que elegir entre la estaca de un hijo real o uno soñado, eso es lo que habría elegido o soñado.


ANTICLÍMAX: "Es una ayuda que añade algún giro emocional, o incidentes adicionales. Aunque el relato pudo haber terminado antes, el final anticlimático lo perfecciona."


Cuando era pequeño, a mi hijo le gustaba despertarme los fines de semana con un almohadazo para luego me llevarme a rastras a la cocina a que le prepare el desayuno. Pasaron los años, ya podía atenderse él solo, pero la costumbre de acecharme por las mañanas continuó; ya no con una almohada sino con, por ejemplo, un atomizador de agua, un plumero, una pelota de fútbol, un megáfono, una estaca de madera temblando sobre mi pecho detrás de la que vi sus ojos desorbitados y sanguinolentos. Ahora ya casi es un hombre y ha decidido estudiar la misma carrera que yo; en la universidad sus compañeros lo aprecian y cualquier día de estos traerá a su enamorada para presentármela.


REVERSION: "...presenta la antítesis exacta de lo que sucede al comienzo. Si el chico y la chica empezaron en desacuerdo y peleando, volverán a amarse..." "Su principal riesgo es la obviedad. El suspenso debe lograrse sobre el cómo y porqué cambia el protagonista."


Cuando era pequeño, a mi hijo le gustaba despertarme los fines de semana con un almohadazo para luego me llevarme a rastras a la cocina a que le prepare panqueques con miel. Han pasado varios años y la costumbre de las mañanas se ha expandido y mejorado. Si, por ejemplo, él usa un plumero, al día siguiente yo lo despierto con un atomizador de agua; si él me tira una pelota de fútbol, yo lo saco de la cama con un megáfono. Esta mañana, hace unos minutos, lo he sorprendido sentado sobre mi pecho con una estaca entre sus manos. A partir de hoy se hará los panqueques él solo.


FINAL DE PROYECCIÓN: "La línea de acción ha enredado y desenredado el interés de la trama, la pregunta central ha sido respondida. Pero somos levados a sentir la promesa mágica de un nuevo comienzo"


He hablado seriamente con mi hijo. Jugar los fines de semana a despertarme con un almohadazo para que le haga el desayuno, fue divertido cuando era bebé que apenas podía caminar; sorprenderme con un atomizador o un plumero, tuvo su gracia; pero ni él sigue siendo un niñito, ni yo soy uno de los mocosos de su pandilla para que me tire una pelota de fútbol o me saque de la cama con el megáfono. Todo tiene un límite, yo sé bien que eso es lo que él está buscando. Que me bajara los ojos o me iba empezar a conocer; y ese puchero de nenita, que se lo borre de la cara de una vez porque en esta casa sólo hay hombres.

Ha funcionado. Seguro que mañana en la mañana se sirve el desayuno él solo, pero de todas maneras esta noche voy a cerrar mi puerta con llave; lo vi sacándole punta a un palo de escoba.


TRETA: "El final con treta utiliza un objeto, una palabra, una idea o cualquier recurso específico como un artilugio." "Casi toda información puede ser usada para ese fin si afecta realmente a la intriga y a los personajes, y es parte esencial de la historia, no está sólo pegada al final. En pocas palabras, el cuento no la puede pasar sin él."

Acá sí me agarraron. ¿No es esa la definición de todos los finales?

lunes, 7 de noviembre de 2011

Terror

Stephen King en "Danza Macabra":

3

Nos sentamos en nuestros asientos, como muñecos, contemplando al gerente del cine. Se veía nervioso y cetrino —o tal vez eran sólo los focos—. Nos sentamos preguntándonos que clase de catástrofe podría haberlo motivado a detener la película justo cuando restaba alcanzando la apoteosis de cada matinée de sábado, "la parte buena"; el modo en que tembló su voz cuando habló no inspiró a nadie una sensación de que todo iba bien.

"Quiero decirles," dijo con esa voz temblorosa, "que los Rusos han puesto en órbita un satélite espacial alrededor de la tierra. Lo han llamado... Sputnik."

Esa muestra de información fue recibida por un silencio sepulcral, absoluto. Simplemente nos quedamos ahí, una audiencia de chicos de los 50, chicos con cortes de pelo al rape, cortes de blancos, colas de caballo, colas de pato, miriñaques, chinos, jeans con dobladillos, anillos del Capitán Medianoche, chicos que acabábamos de descubrir a Chuck Berry y Little Richard en una radio de rhythm & blues negro de New York, que a veces se sintonizaba de noche, oscilando una y otra vez, en un plano distante, una radio en donde hablaban con unapoderosa jerga. Éramos chicos que crecimos con el Capitán Video y Terry y los Piratas. Éramos los chicos quehabíamos visto infinidad de veces a Combat Casey sacarle los dientes a North Korean en los cómics. Éramos los chicos que vimos a Richard Carlson atrapar miles de sucios comunistas espías en I Led Three Lives. Éramos los chicos que juntábamos cuartos de dólar para ver a Hugh Marlowe in La Tierra contra los Platillos volantes y nos daban esa clase de sorprendente información como si fuera una noticia desagradable.

Recuerdo esto muy claramente: cortando aquel espantoso silencio de muerte, llegó una voz aguda, no sé si era un chico o una chica, una voz que estaba cerca de las lágrimas, pero que también estaba llena de una furia espantosa: "¡Oh, vamos, pon la película, mentiroso!"

El gerente no miró en ningún momento en dirección al lugar de donde venía esa voz, y eso fue de algún modo, lo peor de todo. De alguna manera eso lo probaba. Los rusos nos habían vencido en el espacio.

En algún lugar, por encima de nuestras cabezas, pitando triunfalmente, había una bola electrónica que había sido construida detrás de la Cortina de Hierro. Ningún Capitán Medianoche ni Richard Carlson (quien también protagonizaba Jinetes a las estrellas; y oh muchacho, cuánta amarga ironía hay en eso) había conseguido detenerlo. Estaba allí arriba, y ellos lo llamaron Sputnik. El gerente permaneció allí por un largo rato, mirándonos como si esperara tener algo más que decir, pero no se le ocurría nada. Entonces se fue y muy pronto, la película continuó.

4

Entonces, aquí está la cuestión. Ustedes recuerdan dónde estaban cuando el Presidente Kennedy fue asesinado. Recuerdan dónde estaban cuando escucharon que RFK cayó en una cocina de cierto hotel como resultado de los actos de otro loco. Tal vez recuerden incluso dónde estaban durante la crisis de misiles cubana.

¿Recuerdan dónde estaban cuando los Rusos lanzaron el Sputnik I?

Terror —lo que Hunter Thompson llama "miedo y odio"— a veces surge de una penetrante sensación de inestabilidad... de que hay cosas que están fuera de su sitio. Si ese sentido de desubicación es repentino, y parece personal, si te golpea cerca del corazón, entonces queda en tu memoria como un todo.

jueves, 20 de octubre de 2011

Ejercicio 02

(El ejercicio 2 consistía en volver a escribir el primer cuento pero con cambios en el punto de vista y tratando de usar el olor en la narración. Tarea imposible: no sólo soy pésimo para captar olores -la hipertrofia nunca ha sido un signo de eficiencia- sino que soy un egocéntrico insuperable. Bueno, esto es lo que salió:)

SOBRE LA PRECISIÓN DE LA CIENCIA

Papá no me deja traer picantes a la casa, ni siquiera si compro las cebollas, el ajo y los pimientos con mi centavo del domingo y los cocino yo solo. Le digo que la comida no me sabe a nada, que no es culpa de Mamá, sino que para mí todo sabe igualito, pero él me dice que no es cierto, que si a mí no me gustara la comida entonces no estaría gordo, pero lo importante, y te lo digo porque es cierto, hijo, es que los picantes te desafilan las entendederas, y si tú quieres ser un verdadero señor de las pompas fúnebres, como tu padre, no puede ser posible que descuides las narices. Sí se puede, me dan ganas de decirle a Papá, si embalsamamos a los muertos como dice el letrero de nuestro cobertizo, en vez de inyectarle esos sueros de colores que prepara en el corral de los caballos; pero yo estoy aprendiendo y el que sabe es él, y él mismo prepara las fórmulas con tubos de vidrio, botellas chistosas y barriles con tierras que huelen bien feo; allí me hace parar derechito y respirar el aire que sale de sus frascos. Estate atento, muchacho, siente el olor, la sal fumante es acre, el agua de cal es áspera, el vitriolo combinado con azogue es… Pero a mí me da igual todo, y quisiera decirle que para qué tanto trabajo si más fácil es anotar cuánto se le echa a cada fórmula… pero ya sé qué me va a decir, no seas inocente, mocoso, la nariz no es solamente para las fórmulas, también es para el proceso, porque en el muerto la coloración te engaña, los nódulos te desvían, tienes que olfatearlos de cerca, tienes que pegar las narices al cuerpo, sentir por dónde rezuma la carne dormida, identificar qué dirección toma el sulfuro, así es como sabes a dónde le vas a aplicar la hipodérmica, así es como haces un buen trabajo, muchacho, y tú algún día tendrás que hacer esto.
Hace tiempo que Papá dice que ya debería intentarlo yo solo, así que hoy me voy a encargar del papá de su compadre. He practicado mucho. Si le pongo ganas, empiezo a sentir algo, pero parece que la nariz se me cansa rápido, y entonces inhala con fuerza, hijo, hasta que se te congestione el pecho, pues, y lo intento, pero el olor ya no regresa. De tanto tratar y tratar, le agarré el truco a algunos. La carne dormida es como un perro muerto, el sulfuro es como la sangre de las carnicerías y un poquito como los huevos abombados. A veces me confundo, porque la sangre va sucia cuando regresa por las venas, porque es el olor de las heces, hijo, porque de algún lado tiene que venir, y para eso estamos nosotros aquí, para que mi compadre no tenga que pasar por esta desgracia, para eso estás tú aquí.
Han acostado al muerto sin ropa sobre su cama. Se nota que ya lo lavaron. Ayer en la noche Papá les mandó a decir que sólo podían frotarlo con agua y que no debían cocinar la comida para los invitados hasta que no hayamos terminado. Cuando llegamos, les dijo que tenían que llevarse todos los caballos a la otra cuadra.
Me acerco al muerto, pego la nariz al pecho, me lleno los pulmones, pero sólo siento el olor del agua hervida que usaron para lavarlo. Espero a que se vaya. Pruebo otra vez. Un olor se me mete por la nariz, las gotitas frías del aire me hincan bien adentro de la cara.
No es carme dormida, no es sulfuro.
Respiro más fuerte, pero ya se fue.
Papá me mira feo.
Apunto con mi dedo al centro del pecho. Él casi siempre clava la inyección ahí, lo he visto un montón de veces.
Papá me quita la inyección, se agacha, pasa rápido su nariz por el pecho del muerto y pone el dedo dos pulgadas debajo de donde yo puse el mío.
–Aquí –dice Papá mirándome como si me fuera a pegar–. No sé qué voy a hacer contigo, mocoso –Papá clava la aguja–, te enseño, te enseño, te enseño, y tú…
El pecho del muerto da un topetazo, pero bien fuerte.
La boca se le abre y sale un ruido como de gárgaras.
Papá lo mira con los ojos bien abiertos, le saca la inyección del pecho, retrocede.
La garganta del muerto se retuerce.
A Papá se le cae la inyección de las manos y se hace mil pedazos en el suelo.
Pego un salto atrás, tiemblo.
–¡Yo no he hecho nada!– le grito a Papá.
No me contesta. Está mirando el piso. Se ha puesto colorado.
El anciano empieza un aullido que nunca se va a acabar.

sábado, 27 de agosto de 2011

El método (IV)

El reclutamiento

Las primeras mujeres se reclutan aparentemente al azar. Sin embargo, una vez reunidas, se observa una cierta configuración en el conjunto, una organización que, enfatizada, podría convertirse en un estilo. Ahora la madama busca a las mujeres que faltan y que ya no son cualquiera sino únicamente las que encajan en los espacios que las otras delimitan, y a esta altura ya es posible distinguir qué tipo de burdel se está gestando y hasta qué tipo de clientela podría atraer. Como un libro de cuentos o de poemas, a veces incluso una novela.

"Casa de Geishas", Ana María Shúa.